¡Hola peregrinos! Aquí estoy otra noche más con vosotros para relataros las aventuras de este día que está a punto de terminar. Como de costumbre, tengo aquí a mi lado al peregrino Juanma (que ya es un fijo de los blogs nocturnos, aquí a mi ladito portándose bien que, si no, me chivo a Bea, eh!); ahora mismo él se está embadurnando los pies con el mejunje milagroso, para prepararse para la etapa de mañana. Yo lo haré cuando acabe de escribir el capítulo del día... Por cierto, hasta ahora ninguno de Los 4 peregrinos tenemos ampollas. El mejunje nos está resultando muy, muy eficaz.
Paso a relataros cómo ha sido este día, en el que hemos tenido de todo: sol, lluvia, una cámara rota, unos gayumbos que me tenían “escocío”, un “ataque nuclear” del peregrino Toñín en el cuarto de baño... Vamos, que no ha faltado de nada.
Comienzo del día
Hoy hemos quedado para desayunar a las 8:30 horas, a fin de intentar salir sobre las 9. Probablemente, estos sean los horarios que manejemos en el resto de etapas. Así que el toque de diana se ha fijado a las 8. Yo he debido de dormir plácidamente, porque apenas si he escuchado el “serrucho” de la cama de al lado. Los que me han despertado, en realidad, han sido varios ciclistas de un club madrileño que debe estar haciendo el Camino en bici y que está alojado en nuestro hotel. ¡Qué ruidosos! Para mí que estos han dormido con las bicicletas en la propia habitación.
La mañana ha amanecido soleada y con buena temperatura aunque las predicciones anunciaban una semanita bastante pasada por agua (sobre todo para la jornada del jueves, en que saldremos de Estella). Tras el ritual de impregnarnos pies y manos con el mejunje milagroso, metemos las sudaderas en la mochila y nos animamos a comenzar el recorrido de hoy con camisetas de manga corta. El desayuno lo hacemos en el propio hotel. De repente nos llevamos una sorpresa... ¡por el comedor aparece Elisabeth, la peregrina brasileña! ¡Dios!, de esta no nos libramos ni en el desayuno. A pesar de que alguno intenta esconderse bajo la mesa para no ser visto, Elisabeth se nos acerca. A la pobre, que estaba alojada en el Albergue de Peregrinos, no le ha llegado aún la mochila. Parece ser que se la han debido de dejar en otro lugar, de modo que, sin duda, demorará su partida. Tratamos de darle ánimos pues poco más podemos hacer (salvo salir pitando de allí, para poner tierra de por medio, no sea que la encuentre pronto).
Un paseo por el bosque
Así las cosas, salimos del hotel ya bien pasadas las nueve de la mañana dispuestos a recorrernos los 22 kilómetros de la etapa de hoy, en la que predominan las bajadas. A los 100 metros nos encontramos con un cartel que señala que quedan 790 kilómetros hasta Santiago. Tras la etapa de ayer estamos eufóricos y "sobrados" y no falta quien suelte la fanfarronada de turno sobre hacer esos 790 kilómetros de un tirón...
Nada más dejar Roncesvalles, el Camino se interna en el bosque. Una profunda espesura de robles, pinos y hayas y, en medio, un pequeño sendero... ¡precioso! Después de lo de ayer, esto nos parece un delicioso paseo por una suave alfombra. A los pocos minutos nos topamos con la Cruz de Roldán, de piedra, que supongo que recordará de algún modo la famosa batallita de Roncesvalles.
Estos primeros kilómetros de Camino van por el bosque hasta llegar al pueblo de Burguete, que tiene una bonita iglesia. A la salida del pueblo, recuerdo que nos hemos puesto las gafas de sol por primera vez en el Camino (y espero que no sea la última). Los demás peregrinos se reían de mí porque hoy había anunciado lluvias a lo largo de la jornada, a pesar del espléndido tiempo que en esos momentos teníamos. “Que el día va a ser muy largo...”, “ya veremos quién tiene razón al final...”, les contestaba yo... jejeje...
Adiós a la cámara de fotos
Poco después del pueblo anterior llegamos a otro, Espinal, que la peregrina Laura no olvidará fácilmente. Íbamos los peregrinos Juanma, Toñín y yo por una de las aceras del pueblo hablando de asuntos de vital importancia (quién ganará la Liga, cuántas cervezas éramos capaces de bebernos en una noche, cuándo son las semifinales de la
Champions, etc.), cuando escuchamos un “¡catacroc!” justo detrás de nosotros... La peregrina Laura “no sé qué porras iba mirando en la cámara de fotos” (según su marido), pero lo cierto es que la susodicha cámara decidió emprender el Camino de Santiago por su cuenta y acabó estampándose contra la acera. Todos los intentos de reanimación resultaron infructuosos y al cabo de uno o dos fotogramas más, nos dijo adiós para siempre. Lo malo es que hasta Pamplona no hay ningún pueblo grande para intentar repararla y, además, a Pamplona llegamos mañana martes, que es festivo. O sea, que hasta el miércoles solamente tenemos la cámara de vídeo del peregrino Juanma para tomar imágenes. Hoy no era nuestro día.
A partir de este incidente cambió radicalmente el tema de conversación que pasó a centrarse en la capacidad del sexo femenino para el manejo de los aparatos electrónicos. El peregrino Toñín demostró un amplio y sorprendente conocimiento de la materia, aunque la peregrina Laura no parecía estar muy de acuerdo con sus teorías.
Los gayumbos asesinos
No terminaron aquí las desdichas de la jornada. Más bien, acababan de empezar... Ahora el recorrido transcurría entre prados con suaves lomas y algún que otro pueblo. En ciertos momentos nos costaba encontrar el rastro de la famosa “flecha amarilla” que guía al peregrino por el Camino. En el siguiente pueblo, Viscarret, pudimos avituallarnos algo, porque había supermercado y fuente. Rellenamos nuestras botellitas de agua, compramos unas barritas energéticas (de esas que tanto le gustan al peregrino Juanma) y la peregrina Laura se compró una pequeña cámara fotográfica desechable.
Se iban acercando las dos de la tarde y no llevábamos nada de comida. Nuestra idea era comer en el pueblo de Erro, muy próximo a Zubiri. Pero cometimos un error de cálculo, pues el Camino no pasa por ese pueblo, sino que lo rodea por el monte. El tramo más complicado de la jornada era, precisamente, el Alto de Erro: un pedazo cuestón por en medio del bosque. En esta zona nos detuvimos a eso de las 4 de la tarde, para comernos las barritas y llamar a la pensión de Zubiri con objeto de confirmar nuestra tardía llegada.
En mi caso, esa parada en el bosque me sirvió para algo más (no, no es lo que estáis pensando, ¡guarros!). Desde hacía bastantes kilómetros, cada paso que daba era una auténtica tortura. La culpa de todo, una mala elección de gayumbos: me puse unos de algodón que no ajustaban bien en la pierna, de modo que había cierta holgura y me iba rozando desde hacía un par de horas. Mientras paramos para comernos las barritas, aproveché para aplicarme un poquito de vaselina en "ciertas partes sensibles": había que aguantar como fuera pues no quedaba ni una hora para llegar. Y reanudamos la marcha. A partir de este punto, había una fuerte pendiente de bajada hasta Zubiri.
¡Tormenta a la vista!
Según la señora de la pensión, todo lo que nos resta es un recorrido de fuerte bajada entre los pinos hasta llegar al pueblo de Zubiri. Pero el color del cielo se está oscureciendo muy deprisa. ¿Quién llegará antes, nosotros a Zubiri o la tormenta a nosotros? En cuanto se escuchan los primeros truenos, la respuesta se hace evidente: creo que hoy estrenamos los ponchos.
Dicho y hecho, en cosa de unos pocos minutos empieza a caer una chupa de agua impresionante. Tuvimos ocasión de comprobar lo complicado que es ponerse el poncho cuando llevas la mochila en la espalda: cuando has terminado de ponértelo, ya estás medio mojado. Lo mejor es que te ayude otro peregrino (si es que hay alguno cerca).
En medio del chaparrón, a mí me entró la risa tonta, no sé si fruto del dolor de los coj... por los gayumbos, o por el cansancio, o vete a saber tú por qué. El caso es que me estaba mojando como un auténtico gilipollas, pero pensé: “he acertado con la predicción... pffjajajaja... ahora soy yo el que me río... pffjajajaja” mientras veía a los demás peregrinos "corriendo" como desesperados para llegar cuanto antes al pueblo.
Así estuvimos como media hora, en plena “ducha” hasta que llegamos a Zubiri, muy cansados, pero en mejores condiciones que ayer. Eran las cinco de la tarde. Como suele ocurrir en estos casos, el chaparrón terminó nada más ponernos a cubierto en el pueblo. Indudablemente, hoy no era nuestro día de suerte.
Zubiri
Zubiri es un pueblo pequeño. Nuestra pensión está justo frente al Albergue de Peregrinos que, para variar, está completo. La pensión está muy bien: en realidad, es una casa particular en la que alquilan habitaciones. Nosotros ocupamos dos que tienen un baño compartido para los cuatro. Además, hay otra habitación (con baño) que ocupa un matrimonio de Granada. En la sala de estar de la pensión tienen un sello para poner en nuestras credenciales: nosotros mismos nos las sellamos.
Una vez que nos cambiamos y acomodamos mínimamente, vamos a un bar próximo para comernos unos bocatas con unas cervecitas. Los camareros, que son buena gente, parecen algo despistados y todo hay que repetírselo tres o cuatro veces porque no terminan de enterarse... Por favor, ¡cuatro jarras de cerveza! ... ¡Cuatro jarras de cerveza, por favor! ... ¡Cuatro cervezas! ... Anda, pónganos lo que le dé la gana pero traiga algo, ¡corcho! Con estas tonterías, al final acabamos de comer casi a las seis de la tarde.
Nos damos una vueltecilla por el pueblo para echarle el ojo a algún sitio donde cenar. La verdad es que no había mucho ojo que echar, pues sólo teníamos una opción: la cafetería del pabellón deportivo, a las afueras del pueblo. Lo malo es que hay que reservar, pagar por adelantado el menú y la cena tiene que ser a las 8 de la tarde. ¡Todo facilidades para el peregrino! Imaginaros, terminamos de comer a las 6 y a las 8 hay que cenar: lo dicho, hoy no es nuestro día de suerte. Tras pagar la reserva y como queda poco más de una hora para las 8, el peregrino Toñín y yo decidimos quedarnos allí mismo tomándonos unos pacharanes. Los peregrinos Laura y Juanma prefieren irse a la habitación a descansar un rato, sellando antes sus cartillas en el Albergue. Quedamos en vernos todos dentro de una hora. Por cierto, qué bueno el pacharán Baynes, que no conocía... ¡Gracias, Toñín!
Cuando aún quedan quince o veinte minutos para las 8, los camareros de la cafetería del pabellón comienzan a impacientarse y nos meten un poco de prisa porque aún no estamos los cuatro, pese a que las cenas están pagadas y todavía no es la hora acordada. Querían que ocupásemos ya la mesa... ¡Tendrían prisa por cerrar, digo yo! Al final cenamos a las 8, bien y sin problemas.
Ataque nuclear
Después de la cena regresamos directamente a la pensión. Allí nos organizamos con las habitaciones y con el cuarto de baño. ¡Uno para los cuatro! Si siendo dos ya nos armamos bastante follón, imaginaros los cuatro. Y más tras la amenaza de Toñín... “Voy a iniciar hostilidades en el cuarto de baño”. Y así fue, como él definió, “un bombardeo nuclear”. ¡Madre mía! Casi hay que desalojar la pensión... ¡Qué olor! Y nuestra habitación, justo al lado del cuarto de baño. Pero ¿qué habrá comido este peregrino hoy? En fin, que las aguas terminaron por volver a su cauce y en última instancia todos pudimos utilizar, con mascarillas eso sí, el cuarto de baño sin mayor problema.
Mañana... ¡a Pamplona hemos de ir!
Y mañana otros 22 kilómetros más hasta Pamplona. Parece una etapa fácil, con predominio de los descensos y algún pequeño repecho. Pero me temo que no nos vamos a librar del agua. Hoy solamente nos hemos puesto los ponchos al final de la etapa, pero mañana seguro que nos va a tocar ponérnoslos mucho más tiempo. Ya os contaré. ¡Buen Camino, peregrinos!
Videomontaje fotográfico de la etapa
(música de Jones & Edelman — BSO "El último mohicano")
1 comentario:
Me hace mucha gracia el diálogo/interrogatorio que mantenéis Juanma y Laura en el vídeo. Me recuerda a las preguntas/respuestas del catecismo de toda la vida...
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